08 May 2007

Breve etnografía del coraje

Macías al igual que El Chato era uno de esos personajes que agradecen el pan que la madre les proporciona incluso en sus años más maduros, en otras palabras, son mantenidos. Por alguna razón a los dos se les ha dificultado la total independencia, quizás por una obligación -como un preso es obligado a permanecer tras paredones y barrotes- o bien, por un padecimiento. A ambos les falta una tuerca, eso es innegable, aunque no pierden el centro ante su desventurado destino, pues logran el cometido en lo que pareciera un arranque de ansiedad, arrancarse los pelos y abrirse heridas pasadas de golpes en la cabeza en previos arranques.

A Macías lo conocí sentado frente a su casa esperando a que pasara el primero para gritarle una sarta de improperios indescifrables. El Chato, era el protegido de un prestigioso ingeniero que después fuera alcalde en su poblado, tal ingeniero era gerente de una embotelladora, una de las pocas empresas que contribuyeron al desarrollo del poblado en esa época, sin embargo El Chato tenía la manía –al igual que Macías- de golpearse la cabeza contra las paredes y arrancarse los pelos cuando alguno le hacia una jugarreta, así que la defensa del ingeniero alcalde quedaba en entredicho, pues nunca pudo defender a El Chato de sí mismo.

Si tan solo se le hubieran atado las manos previamente, El Chato aun siguiera en esta vida, pero los golpes terminaron por enloquecerlo más aun, hasta que un día se le encontró en el suelo con una fractura en el cráneo. El Chato vivió menos que su madre que recién cumplía 89 años y a su edad aun lo visitaba en las instalaciones de la embotelladora que alguna vez fuera asilo de su hijo, donde ambos podían revivir un pasado impregnado de ternura ante la mirada de atónitos espectadores. Los propios obreros de la empresa se preguntaban de donde había salido El Chato, entre las versiones "aquinieladas" decían que era el hermano del gerente, otros que era un antiguo obrero de la empresa y que enloqueció tras haber sido abandonado por su esposa e hijos, quienes pasaron a mejor vida tras un accidente provocado por él mismo. Lo cierto es que El Chato tenía un rostro totalmente diferente al de su madre, pues su madre había aprendido a sonreírle a la vida mientras su hijo embestía las paredes como todo un cimarrón.

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