Mayel orgulloso de su pericia inyectora, se dejaba ir 50 líneas; tenía una cicatriz queloide en el antebrazo donde insertaba la jeringuilla; más que una vena, era un gusano surcando la piel.
"El Jarocho" se pinchaba en la yugular con la ayuda de quienes parecían someterlo a martirio apretando su cuello hasta saltar la vena correosa aunque estropeada de tanto absceso. Siendo el último de la fila terminaba siendo el apoderado de la jeringuilla que se disponía a limpiar de sangre o residuo escupiendo en la palma de su mano y succionando la saliva para enjuagar el interior pensaba en su próximo éxodo, en su próximo chantaje, en su próxima encomienda.
"Mayel" contaba que a su hogar llegaban los haipos a punto de la histeria retorciéndose y rogando por cinco líneas o un piojo algodón; con una sonrisa maldita excusaba su perfidia, pues repetía con saña y franqueza a flor de piel, que primero era él, después él y luego él. De todas maneras nadie dejaba de tener esperanzas cuando escaseaba la chiva, pues Mayel terminaba recetando Alprazolam a medio mundo -de aquellas que le habían dado en el Nava cuando se internó la última vez- por eso el mote de “doc” que se gano a costa de su bondad egoísta.
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